Escribe y escribe tirada en su cama, llena de emociones y
gesticulando, ella llena su diario con anécdotas y sentimientos, con todos sus
hermosos conocimientos de la vida y sus pensamientos. El tiempo pasa pero ella
no lo percibe salvo por la luz del sol que entra por la ventana cada vez más
débil y perpendicular… la va siguiendo con su cuaderno, a la luz, su propio
bolígrafo le hace sombra al escribir. Cada vez es más difícil. Al final, se
rinde, suspira y se levanta de la cama camino a la puerta donde reside la
clavija de la luz. Entonces el entorno se ilumina y un espejo que hay al lado
de la puerta la refleja con más claridad, es blanca, como la harina, la leche o
esos polvitos de talco que usan para el culito de los bebés. Su pelo pelirrojo
destaca, pero no es intenso es un rojo chocolateado que combina con el castaño
de sus ojos y en sus labios una expresión casi indescifrable… pero al pasar sus
ojos por su imagen esboza una sonrisa y vuelve a la cama alegre a acabar su
diario. En el escribe lo bien que lo ha pasado esa tarde, con Diego un chico
moreno de pelo negro, ojos marrones y una sonrisa blanca y brillante que….
-
¡Cariño, a poner la mesa! – dice desde otra
estancia una voz.
-
¡ Voy! – responde ella alzando la voz.
Y con un salto se incorpora, y camina hacia la cocina donde
su madre hacía la cena y una mesa vacía
y solitaria esperaba ser montada por ella. Un mantel azul por allí, unos vasos
por allá, hoy los platos blancos, y así una tras otra poniendo una mesa para
dos.
-
Estás radiante. ¿Qué te pasa?
-
Nada mamá, te quiero mucho y soy feliz.
Y su madre le contestó con una sonrisa, eso era todo lo que
quería oír.
Entre las dos acabaron de cocinar y se sentaron a cenar,
pero se oye algo.
-
Cariño, han llamado a la puerta, ¿a estas horas?
-
No mamá, yo no he oído nada.
Pum, pum, pum se vuelve a oír.
-
¡Ves! Iré a abrir. – dijo la madre extrañada.
-
No deja, iré yo, tú come tranquila. –
Y de un instante a otro estaba en frente a la puerta de la
entrada. Confiada de que sería un vendedor ambulante abre la puerta y en frente
a sí estaba Diego, ese chico que recién describía en su diario, tan alegre y
divertido ¡con dos rosas amarillas! Ella no pudo reaccionar, se quedó
boquiabierta frente a él pensando : ¿Cómo sabía su dirección?¿ Qué hacía allí? Y
lo más importante¿ cuáles eran sus intenciones? Pues traía flores.
-
Hola Paola, ¿qué tal te encuentras? Se que nos
vimos hoy pero…. – dijo dejándolo en el aire.
-
Ehhh….., bien?- contesta anonadada.
-
Perdona por no avisar, esta tarde olvidé
preguntarte si vienes mañana al parque conmigo, y si.. ¿quieres ser mi amiga?-hace
una pausa y continúa - ¡ Mira! Te traigo flores, ¡toma!
-
Gracias- dijo ella alargando la mano y tan
contenta que no cabía en sí misma- ¡claro! Seremos amigos.
-
¡Genial!- casi gritó nervioso-, se lo diré a
Carlos- dijo casi para si-, te veo mañana en el parque -añadió mientras se
retiraba.
Paola volvió a la mesa caminando muy despacio y con la mente
en otra parte, casi como si fuera un robot en automático , y su madre le
recordó que traía flores en la mano, sin sorprenderse pues había oído todo
desde la cocina. Más bien estaba aguantando la risa por debajo de la nariz.
Ella vio las flores en sus manos y empezó a hablar sin
parar, que si había que ponerlas en agua, que si había conocido un chico nuevo,
que¿ porque le traería flores? Que sí, que son amarillas pero..¿ Se le lleva
flores a las amigas? Etc. Ella hablaba y hablaba mientras daba vueltas con un
jarrón en la mano y la madre reía por lo bajo pues le causaba gracia la
situación.
Cuando acabaron de cenar la madre la vio tan entusiasmada
que le dio permiso para retirarse sin lavar la loza y eso que ella no había
dicho nada. Casi como si le leyera la mente.
La madre lavó los platos, los cubiertos y los vasos mientras
se sumía en su juventud que fue hace tanto y tan poco, con añoranza y cariño
pudiéndola comparar con la de su hija, por eso le daba la risa, pues así fue
como se comportó con su primer amor.
Paola corrió a su cuarto a escribir eso que había sucedido y
todas sus dudas en el diario. Pero no sin antes parar en el espejo para echar
una visual a ver que tal estaba, y estaba radiante, bien peinada, por suerte y
bien vestida, todo perfecto. Se deslizó hasta la cama y escribió hasta entrada
la noche.
A la tarde siguiente fue al parque, charlaron de la tarde
anterior, de cuando eran niños aún que no se conocían y al rato se unió Carlos el
amigo de ambos, y jugaron, jugaron a juegos de palabras, a contar chistes,
inventaron juegos y así pasó rápidamente la tarde y la semana y el mes y el año
y se hicieron amigos para siempre. Y diréis… ¿Dónde está el problema?
Pues un día entre muchas cosas escritas y muchos dibujos
adornando el diario de Paola, estaba escrito con letra bien bonita y legible, “lo
amo “. Así es que ¿Qué debía hacer ella ahora?¿ Perder un amigo por un romance?¿
O quizá el romance fuera bien? , quizá acabarían casándose y Carlos iría a la
boda, o… podría decirle que solo la ve como una amiga y ella no podría verlo
más a la cara por la vergüenza de que Diego conociera sus sentimientos. Y así
siguió escribiendo, día tras día y mes a mes, hasta que el “lo amo” quedó medio
olvidado en medio de las páginas del diario de Paola.
Andy López
No hay comentarios.:
Publicar un comentario