miércoles, 3 de agosto de 2022

El diario de Paola

 

Escribe y escribe tirada en su cama, llena de emociones y gesticulando, ella llena su diario con anécdotas y sentimientos, con todos sus hermosos conocimientos de la vida y sus pensamientos. El tiempo pasa pero ella no lo percibe salvo por la luz del sol que entra por la ventana cada vez más débil y perpendicular… la va siguiendo con su cuaderno, a la luz, su propio bolígrafo le hace sombra al escribir. Cada vez es más difícil. Al final, se rinde, suspira y se levanta de la cama camino a la puerta donde reside la clavija de la luz. Entonces el entorno se ilumina y un espejo que hay al lado de la puerta la refleja con más claridad, es blanca, como la harina, la leche o esos polvitos de talco que usan para el culito de los bebés. Su pelo pelirrojo destaca, pero no es intenso es un rojo chocolateado que combina con el castaño de sus ojos y en sus labios una expresión casi indescifrable… pero al pasar sus ojos por su imagen esboza una sonrisa y vuelve a la cama alegre a acabar su diario. En el escribe lo bien que lo ha pasado esa tarde, con Diego un chico moreno de pelo negro, ojos marrones y una sonrisa blanca y brillante que….

-          ¡Cariño, a poner la mesa! – dice desde otra estancia una voz.

-          ¡ Voy! – responde ella alzando la voz.

Y con un salto se incorpora, y camina hacia la cocina donde su madre hacía la  cena y una mesa vacía y solitaria esperaba ser montada por ella. Un mantel azul por allí, unos vasos por allá, hoy los platos blancos, y así una tras otra poniendo una mesa para dos.

-          Estás radiante. ¿Qué te pasa?

-          Nada mamá, te quiero mucho y soy feliz.

Y su madre le contestó con una sonrisa, eso era todo lo que quería oír.

Entre las dos acabaron de cocinar y se sentaron a cenar, pero se oye algo.

-          Cariño, han llamado a la puerta, ¿a estas horas?

-          No mamá, yo no he oído nada.

Pum, pum, pum se vuelve a oír.

-          ¡Ves! Iré a abrir. – dijo la madre extrañada.

-          No deja, iré yo, tú come tranquila. –

Y de un instante a otro estaba en frente a la puerta de la entrada. Confiada de que sería un vendedor ambulante abre la puerta y en frente a sí estaba Diego, ese chico que recién describía en su diario, tan alegre y divertido ¡con dos rosas amarillas! Ella no pudo reaccionar, se quedó boquiabierta frente a él pensando : ¿Cómo sabía su dirección?¿ Qué hacía allí? Y lo más importante¿ cuáles eran sus intenciones? Pues traía flores.

-          Hola Paola, ¿qué tal te encuentras? Se que nos vimos hoy pero…. – dijo dejándolo en el aire.

-          Ehhh….., bien?- contesta anonadada.

-          Perdona por no avisar, esta tarde olvidé preguntarte si vienes mañana al parque conmigo, y si.. ¿quieres ser mi amiga?-hace una pausa y continúa - ¡ Mira! Te traigo flores, ¡toma!

-          Gracias- dijo ella alargando la mano y tan contenta que no cabía en sí misma- ¡claro! Seremos amigos.

-          ¡Genial!- casi gritó nervioso-, se lo diré a Carlos- dijo casi para si-, te veo mañana en el parque -añadió mientras se retiraba.

Paola volvió a la mesa caminando muy despacio y con la mente en otra parte, casi como si fuera un robot en automático , y su madre le recordó que traía flores en la mano, sin sorprenderse pues había oído todo desde la cocina. Más bien estaba aguantando la risa por debajo de la nariz.

Ella vio las flores en sus manos y empezó a hablar sin parar, que si había que ponerlas en agua, que si había conocido un chico nuevo, que¿ porque le traería flores? Que sí, que son amarillas pero..¿ Se le lleva flores a las amigas? Etc. Ella hablaba y hablaba mientras daba vueltas con un jarrón en la mano y la madre reía por lo bajo pues le causaba gracia la situación.

Cuando acabaron de cenar la madre la vio tan entusiasmada que le dio permiso para retirarse sin lavar la loza y eso que ella no había dicho nada. Casi como si le leyera la mente.

La madre lavó los platos, los cubiertos y los vasos mientras se sumía en su juventud que fue hace tanto y tan poco, con añoranza y cariño pudiéndola comparar con la de su hija, por eso le daba la risa, pues así fue como se comportó con su primer amor.

Paola corrió a su cuarto a escribir eso que había sucedido y todas sus dudas en el diario. Pero no sin antes parar en el espejo para echar una visual a ver que tal estaba, y estaba radiante, bien peinada, por suerte y bien vestida, todo perfecto. Se deslizó hasta la cama y escribió hasta entrada la noche.

A la tarde siguiente fue al parque, charlaron de la tarde anterior, de cuando eran niños aún que no se conocían y al rato se unió Carlos el amigo de ambos, y jugaron, jugaron a juegos de palabras, a contar chistes, inventaron juegos y así pasó rápidamente la tarde y la semana y el mes y el año y se hicieron amigos para siempre. Y diréis… ¿Dónde está el problema?

Pues un día entre muchas cosas escritas y muchos dibujos adornando el diario de Paola, estaba escrito con letra bien bonita y legible, “lo amo “. Así es que ¿Qué debía hacer ella ahora?¿ Perder un amigo por un romance?¿ O quizá el romance fuera bien? , quizá acabarían casándose y Carlos iría a la boda, o… podría decirle que solo la ve como una amiga y ella no podría verlo más a la cara por la vergüenza de que Diego conociera sus sentimientos. Y así siguió escribiendo, día tras día y mes a mes, hasta que el “lo amo” quedó medio olvidado en medio de las páginas del diario de Paola.

Andy López

El escritor de la ventana

 

Él estaba cansado y seguía escribiendo, la inspiración asomaba en su mente de forma abrumadora, pero llevaba horas escribiendo y sus dedos se entumecían. Debía escoger entre su cuerpo y mente o su escrito, tan difícil decisión... Pues sus personajes ya tenían vida y no podía dejarlos tirados por vagancia. ¿Qué sería de ellos sin un final, sin un destino que alcanzar?

 

 Poco a poco el cansancio se traspasó a los personajes, la bruja dejó de hechizar y conjurar con pociones, el rey dejó de tener la voz dominante que le permitía dar órdenes, la princesa estaba demasiado cansada para amar a nadie y así iban cayendo uno tras otro hasta que todo el reino cayó en una distimia intensa.

 Entonces el escritor cayó rendido y se durmió...

Al despertar releyó su historia y no daba crédito a lo que había hecho, y pensó y pensó en cómo devolver la felicidad al reino... ¡no se le ocurría nada !.

-¡Un hechizo! Se le ocurrió, pero las brujas, las hadas y todos los seres mágicos no tenían poder suficiente para revertir aquello.

Entonces...¡ No se me ocurre nada!

Y se puso a ver por la ventana a ver si algo le inspiraba. Cuando una mujer pasó, pero no una mujer cualquiera, una de ojos profundos y pelo ondulado, castaño como una musa griega pero con otra vestimenta, algo se iluminó dentro de él y en el reino apareció un caramelo envuelto en el suelo.

Un niño que iba cabizbajo lo vio brillando en el suelo y lo cogió, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, pues en el reino casi no había dulces y fue corriendo a su casa a contarlo. Sus padres se alegraron también y decidieron compartirlo entre todos. Estaban tan alegres que decidieron ir a la plaza del reino a regalar flores a los que por allí pasaban y así poco a poco todos recogieron un poco de felicidad, unos ayudaban a otros, incluso daban obsequios sin motivo aparente solo por el placer de ver a otro sonreír.

Mientras tanto el escritor se había olvidado del problema viendo a la bella dama, y cuando reaccionó se le ocurrió como devolver la magia al reino, colaborarán todos por una vez en la vida para romper el maleficio y recuperar la felicidad. Porque todos habían perdido algo que querían recuperar. Así que se puso a escribir una historia sin final, en donde cada problema se podía solucionar.

 

Andy López

España

Amantes de escrituras

Una noche en el potrero del Manza

  Fue Luciano, quién gritó: -¡GOL GANA! Cuando Franco agarró la bocha y rumbeo para el arco, ya era tarde. Es decir, era una de esas tar...